El reciente mes de febrero finalizó mi experiencia de voluntariado en la comunidad de Nyabondo en Kenia. El propósito era contribuir a la creación de un huerto que permitiera alimentar a los pacientes del hospital de esa localidad. El objetivo de este artículo es describir todas la enseñanzas y sentimientos que me rodean a prácticamente 4 meses de haber dejado esa comunidad.
Ya es mayo y es como si fuese ayer que dejo la aldea de Nyabondo. En realidad, las tremendas personas que conocí me han hecho sentir como si aún se mantuviera viva la experiencia, realmente es algo que no quiero que se acabe, pues creo que, de alguna manera, cambió completamente mi vida. Bueno, a continuación, algunos aspectos aprendidos y que se mantienen totalmente vivos hasta el día de hoy:
Sencillez: Producto de las condiciones de vida de la gran mayoría de los keniatas, esta es una cualidad que creo me parece que todos proyectan. Todavía recuerdo, cuando me dijeron: “para!, dedícate a mirar las estrellas y a disfrutar la brisa solo por unos minutos”. Es impresionante que esa sola invitación, muy sencilla para él, tuvo el poder de influir positivamente en mi vida y hasta el día de hoy poder parar por momentos y disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, desde una perspectiva sencilla, es decir, se requiere muy muy poco para ser feliz.
El poder de la naturaleza: Para mí que nací y me crie en el desierto (Chuquicamata), por lo tanto, para nada familiarizado con huertos, hortalizas o tierra cultivable, el haber podido aprender a plantar, de manera muy meticulosa como lo exigía mi jefa (Flo), realmente transformó mi vida en cuanto a realmente apreciar los productos que entrega la tierra. No quiero decir que no comía frutos naturales, pero sí toda la comida provenía del supermercado… ahora tengo un huerto en la casa y no saben lo gratificante que es poder disfrutar un tomate con ají proveniente de la tierra que uno mismo trabajó, sembró, cosechó y preparó. Inclusive, ya no utilizo sal, pues, me permite disfrutar el sabor de manera más intensa.
Relaciones interpersonales: Debo ser honesto y creo que este es el aspecto que nunca pensé que iba a perdurar tanto. En otros viajes me había pasado que uno se promete amor y amistad eterna, pero luego, terminan las vacaciones y nadie más se acordó del otro. En este caso, no hay semana que no hable con gente de la comunidad u otros voluntarios. Me parece que la experiencia fue tan intensa que parte de esa intensidad se mantiene. Hay personas que aparecen en mis pensamientos a diario, pues, me hicieron sentir totalmente el mejor ser humano del planeta. Para ser justos, me alegro estar viviendo en un mundo lleno de redes sociales, son la herramienta que ha permitido seguir en contacto y cultivando lo más preciado que se construyó, una buena y sincera comunicación.
Objetivos cumplidos: Algunos dicen que los tres objetivos de todo hombre son: “plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”. Creo que cuando me llegó la primera fotografía de las semillas germinando, me sentí con uno de esos objetivos cumplidos. Es que donde antes no había nada, ahora había un ser vivo y en un futuro se transformaría en alimento para un ser humano, contribuyendo al ciclo de la naturaleza. Darse cuenta de esta situación es algo quizás muy sencillo, pero creo que es lo que ha permitido, inclusive, la subsistencia de la humanidad. ¡Fui a Kenia a contribuir en la creación de un huerto y hoy puedo decir “misión cumplida!”
Al igual que nosotros, la sociedad keniata no es perfecta. Pude haberme quedado con algunas experiencias quizás no tan buenas, pero que al final del día, comprendí que ciertos aspectos forman parte de su cultura; creo que son una sociedad tremendamente rica en características propias de los seres humanos, trabajadora, solidaria y acogedora. Hoy en día puedo decir que esta experiencia trajo puras cosas buenas y positivas que, sin buscarlas, se han transformado, de cierta manera, en características rectoras en mi vida, por lo que solo me queda decir:
¡Gracias Kenia!
Alvaro Stuardo G.
Voluntario
Africa Dream